La comunicación en la lengua materna es una de las competencias que resaltan tanto las leyes españolas como las directivas europeas en materia de educación. Este punto no solo comprende el saber leer y escribir con corrección. También es importante aprender a expresar verbalmente ideas, emociones y conocimientos de la forma más apropiada. Por ese motivo, consideramos que aprender a hablar en público desde la infancia es fundamental.

Sin embargo, la oratoria no forma parte, por lo general, de las asignaturas ni tampoco se suele incidir en ella a la hora de impartirlas. Este déficit en la enseñanza tiene consecuencias en la edad adulta. Cuando el joven entra en el mercado de trabajo y tiene que enfrentarse a un público más o menos mayoritario, presenta carencias comunicativas. Esto ocurre tanto si tiene que presentar un proyecto a sus jefes o compañeros de departamento o ante un público de  treinta o trescientas personas.

Las justificaciones son variadas, como timidez o miedo escénico. Pero, cuando se dan las herramientas necesarias en la niñez, es más fácil gestionar las emociones y evitar quedarse en blanco al hablar a un auditorio.

Al buscar en el diccionario de la Real Academia Española, encontramos que la definición de oratoria es “el arte de hablar con elocuencia”, entendiéndose esta como la “facultad de hablar o escribir de modo eficaz para deleitar, conmover o persuadir” y también la “eficacia para persuadir o conmover que tienen las palabras, los gestos o ademanes y cualquier otra acción o cosa capaz de dar a entender algo con viveza”. Es decir, se trata de un arte que sirve para comunicarnos adecuadamente con los demás, que nos permite “vender” nuestras habilidades, conocimientos y aptitudes en el trabajo, que nos facilita persuadir y defender las opiniones propias. Y no solo con las palabras, también con los gestos y ademanes.

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Belén Egea, en un último artículo de su blog, “Hablar en público… nuestra asignatura pendiente”, se remitía a una noticia publicada por El País. En ella, aparece citado un un informe donde diecinueve grandes compañías, denunciaban que los estudiantes españoles tienen un importante problema con la negociación y la comunicación, además de los idiomas, algo que les lastra a la hora de encontrar un trabajo.

Este hecho conlleva que los adultos se vean en la obligación de recibir cursos y másteres sobre cómo hablar en público. Un gasto para ellos o para sus empresas que podría desaparecer si la oratoria se incluyera dentro de los planes de estudio y se incentivara según se hace, por ejemplo, en la educación anglosajona, en especial, en la estadounidense: todos conocemos por películas y otras vías los concursos de debate entre alumnos, tanto en las clases como fuera de ellas.

Resulta curiosa la diferencia que hay entre lo importante que era la oratoria en la Grecia y la Roma clásicas, unas culturas que hemos heredado, y la escasa que se le da en la actualidad. También nuestros dirigentes mantenían intercambios verbales de alto nivel a finales del siglo XIX, con los espectaculares enfrentamientos, por ejemplo, entre Cánovas y Sagasta en el Congreso. Después la enseñanza evolucionó hacia criterios de memorización y clases magistrales, donde un profesor impartía la asignatura y los alumnos se limitaban a tomar apuntes, sin apenas razonamiento y, casi siempre, sin exámenes orales y exposiciones que les permitieran desarrollar habilidades de comunicación verbal.

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Esta evolución requiere volver a los orígenes y fomentar la oratoria ya entre los más pequeños. A ello tiende el curriculum por competencias que los docentes deben implementar a la hora de impartir las clases a los alumnos, algo complicado cuando no se sabe cómo hacerlo.

Además de los colegios, los padres pueden hacer mucho al respecto. En ABC, un artículo ofrece diez consejos (en realidad, once) para fomentar entre los niños el hablar en público, como evitar responder por ellos, predicar con el ejemplo, apuntarles a actividades que les ayuden a expresarse también con el cuerpo (teatro, danza,…), animarles a contar cuentos e historias, recitar, crear juegos divertidos de comunicación (hablar con algo en la boca), etc. Por supuesto, es importante no dar demasiada importancia a los fallos y afianzar en ellos la seguridad en sí mismos.

La oratoria, es decir, el arte de saber hablar en público con elocuencia, es una asignatura básica que se necesita como habilidad para “el 89% de las profesiones”. Cuanto antes empiecen los niños con la formación en ella, siempre con la ayuda de los padres, mejor para poder desterrar definitivamente la frase de algunos ejecutivos: “prefiero morir a hablar en público”.

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